sábado, 27 de abril de 2013

Entrevista a Alejandro López Andrada



FSM.- Alejandro, en primer lugar mi felicitación por esa ingente producción literaria acompañada de importantes premios y reconocimientos. ¿De dónde sacas tanto tiempo?
ALA.- Bueno, en realidad, yo no saco tiempo, es el tiempo quien me busca a mí. Todo es cuestión de ponerse a trabajar y, en este sentido, yo aprovecho todos los ratos libres que tengo para escribir un verso o una prosa. Lo que sí es verdad es que para hacerlo necesito que me visite la inspiración. En este sentido, más de una vez cuando escribo  siento que es otro quien lo hace por mí.  
FSM.- Ya en el año 1988 fuiste finalista del premio Adonais, creo que con el libro titulado Códice de la melancolía. ¿Qué significó este primer logro para ti?
ALA.-En aquellos años, el Premio Adonais tenía más relevancia que hoy. En este sentido, ser finalista y publicar en la colección fue un gran acicate para mí.
FSM.- Recuerdas cómo empezó en ti el deseo y el compromiso de ser un escritor.
ALA.- Realmente comenzó cuando era niño. Empecé, o aprendí, a leer en verso antes que en prosa. Mis primeras lecturas en el colegio, cuando tenía pocos años, fueron los versos de un libro titulado “Poesía hispanoamericana para niños”, un volumen que conservo aún. Ahí me encontré con Lorca, Neruda, Machado, Hernández y Juan Ramón. Desde entonces, aunque parezca extraño, ya aspiraba a ser escritor.
FSM.- Se dice que eres el poeta de la Naturaleza, pero si tuvieses que dar unas pautas sobre tu obra poética, ¿qué aspectos destacarías? ¿cuáles son las claves de tu poética según tu propia opinión?
ALA.-  Creo que lo que más mueve a escribir es ese deseo mío de fusión con la Naturaleza y con la sencillez de la vida, con la naturalidad. No obstante, el personaje central de mi poesía es el paso del tiempo y, en consecuencia, las ruinas que éste va dejando en mis ojos y en mi corazón.
FSM.- De toda tu obra poética publicada hasta ahora, desde aquel primer libro de 1984 Sonetos para un valle, hasta Las voces derrotadas en 2011, galardonado con el premio Ciudad de Córdoba Ricardo Molina, ¿con qué poemarios te sientes más satisfecho y por qué?
ALA.-Mi mejor poemario, o al menos el que creo más necesario y esencial, es “La tumba del arco iris”, que obtuvo en su día el Premio “San Juan de la Cruz”. Precisamente, ahora se acaba de reeditar en “Trifaldi”, con grabados de Ginés Liébana. Es un libro dedicado a la muerte de mi padre y en ningún otro poemario mío he logrado el lirismo y la intensidad emocional que en éste alcancé.
FSM.- ¿Qué poetas han alimentado tu inspiración, cuáles han sido tus maestros?
ALA.-El primero de todos es Antonio Machado; también el primer Juan Ramón. Luego, entre los vivos: Pablo García Baena, Antonio Colinas y José Manuel Caballero Bonald.
FSM.- ¿Qué función crees que debe tener la poesía en nuestros días?
ALA.-La misma de siempre: intentar revestir el mundo -hoy más roto y  sucio que nunca-  de una capa más dulce y espiritual.
FSM.- Alejandro, ¿cuándo sabes que estás delante de un poemario de calidad? ¿Qué características crees que debe tener para que podamos calificarlo de una obra digna o que está en lo más alto?
ALA.- Un buen poemario, igual que un poema bueno, debe tener, ante todo, belleza estética, hondura, musicalidad y capacidad de conmover y emocionar al lector.
FSM.- Podrías definirnos qué es Poesía para ti.
ALA.-Una manera de contemplar e interpretar el mundo, la realidad, desde una óptica sensible, emotiva y espiritual. 
FSM.- Has cultivado también la narrativa con gran éxito, ¿podrías hablarnos de tus novelas? ¿qué te llevo a escribir prosa? 
ALA.-Empecé a escribir novela porque necesitaba expresar algunos ángulos de la realidad y, al intentarlo, vi que no me servía la herramienta de la poesía. De todos modos, en mis novelas también está presente mi universo poético: la Naturaleza y el mundo rural. Digamos que la poesía y la narrativa son dos estancias que coexisten y conviven muy bien dentro de mi casa literaria. Aun así, me considero mucho más poeta que narrador.   
FSM.- También has publicado recopilados tus artículos periodísticos como Las voces antiguas o La luz del verdinal, ¿en qué género literario te encuentras más a gusto?
ALA.-Sin duda, en la poesía. Aprendí a leer en verso y, desde muy niño, casi todo lo que he leído han sido poemarios. Y esto, sin duda, marca. Escribir novela, ensayo, o artículos me cuesta bastante, pues mi estilo literario es poético, rítmico y musical. Por eso hay quien tilda mis novelas de líricas o poéticas; es decir, fallidas, aunque que esto, a mi modo de ver, no sea así. Como dato anecdótico, una gran empresa editorial de este país le rechazó una novela mía a mi agente literario argumentando que era demasiado literaria y, aunque el argumento interesaba, contenía demasiado lujo verbal, lo cual, antes que desanimarme, fue un auténtico elogio para mí.  
FSM.- Para acabar podrías dejarnos un poema y decirnos por qué lo has elegido. Muchas gracias, Alejandro por colaborar en el blog Paraninfo Poético.
ALA.- Os dejó el poema más reciente que he escrito, que pertenece a un nuevo poemario en construcción. En él se comprimen esencialmente mis obsesiones literarias: el paso del tiempo y la pérdida de la inocencia y la niñez.
 
                                                      PÉRDIDAS
 Abro la mano/ y brota de ella un niño/ que corre hacia el crepúsculo./ La sangre/ de una cigüeña herida/ riega el mundo, la tierra/ coronada de humo añil./ ¿Quién cruzará silbando el viejo bosque,/ tanteando la espesura/ para hallar/ el aleteo insondable de los mirlos/ desordenando el rojo atardecer?/ Abro la mano/ y brota de ella el tiempo,/ el vértigo inocente de la brisa,/ la voz de un niño que huye de mi alma/ hacia el misterio de la oscuridad,/ sorteando los espinos del edén”.  
 
 

martes, 23 de abril de 2013

Entrevista a Antonio Rodríguez Jiménez


FSM:- Antonio, ¿recuerdas cómo fueron tus primeros contactos con la escritura poética?

ARJ.- Conocí a una profesora durante el Bachillerato que se llamaba Magdalena Megino –creo que era de Valladolid--  y me transmitió su amor por la lectura y por los libros de poesía. Comencé a leer con tal avidez que al poco tiempo se creó en mí la necesidad de expresar por escrito mis sentimientos, mis deseos, mis inquietudes. Otros profesores del Instituto captaron esa capacidad literaria que estaba naciendo en mí y me abrieron el camino. Recuerdo especialmente a Mercedes de la Haba, que me enseñó en francés a los mejores poetas galos, y al profesor Manuel Gracia que, a través de los fundamentos de la Filosofía, me hizo comprender a locos divinos como Descartes, Platón o Kant. Hasta aquí los orígenes. Luego pasaron los primeros años en la Universidad donde me tomé en serio el asunto. A finales de los setenta publiqué una plaquette y en el ochenta mi primer libro, “Vértigo de la infancia”. Desde entonces no he parado.

FSM.- Hace poco tiempo que la editorial Alhulia publicó tu obra poética completa, La llave de los sueños  1979-2012, ¿Qué se siente al reunir en algo más de 30 años de toda una actividad creadora el trabajo poético publicado en un solo libro?

ARJ.- El volumen iba a editarse en 2009 con motivo del 30 aniversario de mi primera publicación poética. Pero luego se fue retrasando, e incluso el estudio introductorio de José Lupiáñez está datado en 2009. Iba a salir con otro editor, pero llegó la crisis y no pudo ser. Posteriormente se interesó Alhulia, que ya me habían publicado dos libros anteriormente, y hace unos meses se encargaron ellos de todo.  Y así ha surgido este libro. En cuanto al sentir, es importante barajar la posibilidad de tener en un volumen toda la poesía publicada en más de tres décadas. Algunos de esos 13 libros están perdidos y es imposible encontrarlos en las librerías. Y ahora tienes acceso a ellos con un estudio introductorio que orienta y acerca bastante la creación poética al lector. Da las claves, enmarca todo en su momento histórico y literario y facilita las pistas básicas al lector. Esto se completa con una bibliografía precisa tanto mía como de artículos esenciales publicados sobre mi poesía y una cronología también muy útil para orientar al lector. Y es más importante aún para una persona como yo que ha estado inmersa en otras actividades, pues me he dedicado esencialmente al periodismo y a la gestión cultural y eso lo alternaba en los momentos que le quitaba a mis noches de sueño y a las vacaciones con el resto de mi actividad creativa como narrador, como antólogo o como editor.

FSM.- Has conseguido numerosos premios literarios y reconocimientos, pero en tu opinión con qué poemarios te sientes más satisfecho y por qué.

ARJ.- Mi libro más redondo y más reconocido por la crítica es Los demonios de Vyserhad (1999). Lo escribí y se lo mandé a mi amigo Juan Campos Reina. Él me hizo muchas sugerencias y muchas de ellas las seguí al pie de la letra y el libro quedó mucho mejor. Es un poemario contenido y desbordante a la vez. Tuvo muy buena acogida tanto a nivel crítico como de traducciones. Otro libro clave fue en la primera etapa El sueño de los cuerpos (1982) y una década después Un verano de los 80 (1991). En una etapa más reciente yo destacaría Sonidos metálicos al sur de Manhattan (2006).

FSM.- Durante 23 años dirigiste el suplemento de arte y letras Cuadernos del Sur, es decir, casi un cuarto de siglo de la historia de la literatura y del arte en nuestro país, ¿qué significó dirigir esta importante actividad en tu vida, qué te dio, qué te ha aportado?

ARJ.- La verdad es que estoy muy orgulloso de ese trabajo, que surgió en los años 80. Por aquella época cualquier periódico que se preciara tenía su suplemento de cultura y nosotros fuimos de los pioneros. Preparé un proyecto y el director de entonces, Antonio Ramos Espejo, que amaba el mundo cultural profundamente, se entusiasmó con la idea y lo pusimos en marcha. Los siguientes directores estuvieron apoyando siempre el suplemento. Durante muchos años fue casi un empeño personal donde luchaba contra las diferentes crisis. Luego se convierte en algo habitual y el propio sistema lo apoya. La difusión de la cultura es esencial para un periódico. Cuadernos del Sur estaba tan arraigado en todo el periódico, era tan de todos –y hasta de la ciudad misma- que siguió saliendo con toda normalidad a partir de que yo me marché. Y eso es un orgullo para mí, porque formo parte esencial de esa creación que posee un motor de una calidad extraordinaria.

FSM.- ¿De qué manera fue calando en la sociedad el suplemento Cuadernos del Sur hasta desembocar en la concesión del importante Premio Nacional del Fomento de la lectura? ¿Qué características tenía el suplemento para merecer tan importante galardón?

ARJ.- Ahora preparo una investigación sobre la crítica literaria en Cuadernos del Sur y he releído en estos días los 200 primeros números. Es un suplemento maravilloso, hecho a conciencia, con inteligencia y pasión, generoso, desinteresado, donde se practicaba una crítica seria y rigurosa y los libros valían por su calidad. Me voy a quedar en el número mil, por lo que no voy a juzgar lo que se ha hecho en los últimos seis años (en tres de los cuales lo dirigía yo aún), pero puedo garantizar que Cuadernos del Sur es único. Se tocaban todos los géneros, se era generoso con los autores, se le dedicaban amplios espacios a la creación, a los autores jóvenes, a los pintores, a los filósofos, a la fotografía, al cómic, a la historia, a todo, además de la literatura y el arte. Ha habido varias corrientes críticas en estos años y cambios de rumbo de contenido y forma. Siempre ha sido un maravilloso ser vivo y está por encima de muchos suplementos nacionales. Un escritor muy popular anhelaba siempre –como es lógico--  que sacaran su libro en “El País”, en “El Cultural del Mundo” o en “Culturas de ABC”, pero se sentía muy satisfecho y reconocido si le hacían una crítica seria en Cuadernos del Sur.

FSM.-  También dirigiste y presentaste el programa cultural “El Puente de la Luz” de  Onda Mezquita Televisión, por donde pasaron más de 250 personajes de la cultura española del momento. Debió ser muy interesante y enriquecedor, ¿qué aprendiste de todo eso? ¿Qué radiografía se puede sacar de haber entrevistado a tantos interesantes escritores?

ARJ.- Fueron ocho años apasionantes. Con la televisión se aprende mucho y más si es en una cadena pequeña donde tú haces de director, productor, guionista y presentador. Saliamos a la calle a preparar reportajes que montábamos a la carrera junto a lo que hacíamos en el estudio. Una hora de programa a la semana con personajes  de fuera o cordobeses es difícil sin presupuesto, sólo con la imaginación. Cogía a los personajes asaltándolos. Y esas mismas entrevistas las transcribía para el periódico. Otras veces hacía debates, coloquios, sobre temas de actualidad. Tener todo eso a punto cada semana era arduo pero aprendes a organizarte, a expresarte y te enriqueces con la opinión de gente tan buena. Recuerdo que le hice la última entrevista que una televisión realizó a José Hierro, entrevisté a Ana María Matute, a Antonio Gala varias veces, a Caballero Bonald, a directores de cine como Vicente Aranda, José Luis Borau, Garci, numerosos artistas plásticos de talla internacional y poetas, escritores, filósofos. Se trata de una lista enriquecedora e interminable.

FSM.- Casi todos los poetas tienen sus referentes. ¿A qué poetas admiras y por qué?

ARJ.- A Góngora porque me enseñó las maravillas de un lenguaje esplendoroso y perfecto como es el español, a Bécquer porque me hizo que buscara mi yo en el corazón. Juan Ramón Jiménez me mostró las exigencias del lenguaje, el trabajo perpetuo y la búsqueda de la poesía en mi mundo interior. Luego llegaron los ángeles mágicos del 27: un Lorca y un Alberti desbordantes, que te enseñan la pasión por la poesía, un Aleixandre lleno de perfección y de palabras abiertas como frutas del bosque recién cortadas, un Cernuda donde aprendes a que las palabras formen parte de ti. Luego –mirando a Hispanoamérica-- tengo un maestro en Pablo Neruda, el que más sabe de todos de imágenes y de metáforas. Es el manantial de la poesía del siglo veinte, aunque no me puedo olvidar de Rubén Darío, que era tan enorme que mareaba. Luego, a través de traducciones me encandiló Leopardi y en italiano suena angelical y Hölderlin es bárbaro, bestial, como Rilke. Y si nos vamos a Francia me aturden de gozo Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Valéry. ¡Mon dieu! ¡Hay tantos y tan buenos! En Estados Unidos hay un gigante llamado Whitman. Me dejo a docenas que he leído y me han dejado su huella. Luego, del 50 me interesa Claudio Rodríguez y Ricardo Molina y ya no quiero citar a más. Aunque me gustaría recordar a Vicente Núñez, a Juan Bernier y a Mario López de nuestros desaparecidos. Otro poeta al que quiero mucho es a Pablo García Baena, autodidacta exigente, que busca la perfección en sus versos. Y ahí lo dejamos porque ya no quiero enemistades. Nombras a unos y olvidas a otros y es un lío siempre. Cuando era muy joven lo hacía, pero ahora me llegó la prudencia y la cordura. La locura es mejor dejarla para los versos y para los amores. La sociedad, la política y la literatura son otra cosa menor. 

FSM.- Has sido un trabajador incansable, pues también dirigiste desde 1995 hasta 2009 la colección poética Los cuadernos de Sandua que publicaba Cajasur. ¿Qué representó esta importante colección en el mundo literario poético español?

ARJ.- Efectivamente tuvo una trascendencia nacional. Yo me propuse sacar a todos los poetas reconocidos y aposté también por algunos más desconocidos. Fueron 170 libros publicados en catorce años. Aquello nació cuando se pusieron de moda los libritos de veinte duros. Era una forma de popularizar la poesía por cien pesetillas. Se hacían al principio tiradas de 3.000 ejemplares y llegaban a todas partes. Recoge a los autores vivos más importantes de España y algún hispanoamericano. También había títulos temáticos. Todos los poetas querían publicar aquí, en Sandua, y como había doce títulos al año le íbamos dando cabida a muchos lentamente. Tenían éxito de crítica y se repartían mucho. Una vez una cadena hotelera quiso quedárselos comprando la titularidad pero Cajasur se negó. Yo podía haberlo hecho pero no soy persona de deslealtades, a pesar de que la colección estaba registrada a mi nombre desde antes de iniciar su publicación. Ojalá Cajasur volviera a retomar la idea de seguir editando esos libros grandes, gigantes de contenido y de bajo coste. Yo estaría dispuesto a rehacerla y lanzarla porque es un trabajo precioso. Otro trabajo bonito para la ciudad fue el proyecto “Viana, patios de poesía”, que atrajo para leer en los patios a más de cien poetas importantes durante los 14 años que duró.

FSM.- Antonio, por el lugar privilegiado que has ocupado durante tantos años al frente del devenir histórico cultural español, has sido seguramente un gran conocedor del estado vital de la poesía española y de los poetas españoles de este último cuarto de siglo. ¿Cómo definirías tú esta etapa de la poesía española, o estas etapas si es que crees que ha habido varias?

ARJ.- Hubo un gran momento a principio de los años 90 cuando un grupo de poetas mostró su rebeldía contra el sistema de la “poesía única”. Un grupo de seguidores de algo que se llamó “poesía clara o de la sentimentalidad” pretendía que todo el mundo escribiera como ellos y si no lo hacías te excluían de publicaciones, premios, reseñas en periódicos nacionales, etc. Ante eso surge un movimiento de compromiso que se ampara desde Cuadernos del Sur y la publicación se convierte en la expresión física del grupo, defendiendo siempre la buena poesía. Se remonta dicho movimiento ya como algo tangible a 1993. Se reúnen en Madrid los poetas María Antonia Ortega, Carlos Clementson, Pedro Rodríguez Pacheco, Antonio Enrique y yo mismo para crear oficialmente el movimiento de la Diferencia. Protagonizan el acto de constitución en el Café Libertad de Madrid y se aglutinan en torno a lo que parecía una corriente numerosos poetas y la prensa. También formaron parte del grupo José Lupiáñez, Concha García, Jordi Virallonga, Guillén Acosta, Manuel Jurado López, Gallego Ripoll, Pedro J. de la Peña y Domingo F. Faílde, sumándose luego varias docenas de poetas. La Diferencia fue un movimiento –nunca tendencia- de opinión crítica, de poetas que, por amor, respeto y convivencia con la poesía, se sintieron obligados a denunciar un estado de cosas y unos hábitos por los que las tendencias, constituidas en modus operandi, eran las fórmulas de sistematizar lo que, por naturaleza y gratuidad, era asistemático y libre. No existe definición genérica de la diferencia al no existir un corpus teórico, unas preceptivas, unas líneas estructurales, canónicas o escriturales, preestablecidas que identificaran, por su adscripción a ellas, a los componentes del grupo; pero si en verdad no existe una definición, sí existe una explicación y es en ella donde reside su legitimidad, su historicidad y su destrucción, suerte última ésta consiguiente al intento de sistematizar, estructurar y jerarquizar lo que fue un movimiento libertario que cuestionó el sistema hegemónico, las estructuras preceptivas y las jerarquías nominales. No se reconocía otra entidad que la de la gran poesía y ésta, condicionada por corrientes y tendencias, estaba siendo ninguneada y en vías de extinción. Y este fue el leiv motiv, generoso y altruista, que movió a aquellos poetas y críticos a tomar posicionamiento en la denuncia de un estado de cosas absolutamente injustas y por injustas intolerables.

FSM.- Volvamos a la poesía en su esencia, podrías decirnos según tu opinión cuándo podemos decir que estamos ante un poemario de calidad. ¿Qué requisitos debe reunir un buen poemario para afirmar que estamos ante una obra de altura?

ARJ.- Un libro correcto, que gane un premio y se publique o que alguien te lo publique, lo puede escribir cualquiera que conozca los resortes de la escritura, que evidentemente es un oficio como otro cualquiera. Un buen médico llega a serlo porque ha estudiado mucho y porque sabe diagnosticar y curar con más habilidad que la media. En poesía se llega hasta ahí pero hay que superar un escalón más para que haya un buen, excelente o genial poeta. En un libro puede haber unos versos que al leerlos te producen un escalofrío que sube por la espina dorsal y te altera. Ahí hay poeta, pero en ese mismo libro eso ocurre en varios poemas, hay un gran poeta y si ocurre en todo el libro hay un enorme poeta. Ésta sería una forma de explicarlo. Pero ahora pongo un ejemplo de arte. Ha habido genios de la pintura que han sido despreciados, sus contemporáneos no han sabido valorarlos y ahora sus obras se venden por millones de euros. Bécquer, volviendo a la poesía, no logró el pobre publicar en vida y ahora es un gran poeta. Hay también poetas muy mediocres que actualmente están  muy valorados porque publican en editoriales de prestigio, porque salen en periódicos nacionales, televisiones y poseen púlpitos de expresión, etc. Es decir, por factores externos que no tienen nada que ver con su poesía. De modo que la fórmula sería, si la obra está limpia de faltas de ortografía y problemas de sintaxis, si hay musicalidad correcta y el libro está bien editado, lo único que queda para distinguir, es la prueba de la columna vertebral.

FSM.- ¿Y el poema? ¿Cuándo podemos saber que estamos ante un poema redondo, el poema perfecto o que raya la perfección?

ARJ.- La respuesta sería la misma aunque reduciéndolo todo. Es incluso más fácil juzgar un solo poema.

FSM.- Antonio, una de nuestras preguntas estrella es pedir a los poetas que nos digan una definición de poesía. ¿Qué es poesía para ti?

ARJ.- El artista, el poeta –como dijo Paul Verlaine--  debe ser absolutamente él mismo. Poesía es la capacidad que el poeta posee para decir lo indecible, para expresar lo inexpresable.

FSM.- Has cultivado no solo la poesía sino también el ensayo y la narrativa y la columna periodística. ¿Dónde te sientes más a gusto y por qué?

ARJ.- Yo soy un escritor –el éxito o no éxito es ajeno a la propia escritura, aunque influye--  y pienso en creación y en vasos comunicantes. El creador literario tiene una necesidad de expresar (lo inexpresable) y busca el canal más apropiado. A veces quieres expresar lo más hondo de ti, tus sentimientos, por ejemplo, y necesitas la poesía, otras veces quieres contar una historia que te bulle en tu interior y escribes un relato o una novela, y otras veces quieres reflexionar y expresar algo investigado y obviamente necesitas escribir ensayo o columna de opinión o lo que sea. Pero te sientes a gusto en todo.

FSM.- Para acabar, pues no queremos abusar demasiado de tu tiempo, ¿podrías decirnos en qué estás trabajando ahora?

ARJ.- Estoy con un trabajo de investigación, un largo ensayo de crítica literaria, pero a la vez tengo casi terminado un libro de relatos hiperbreves. He escrito 200 relatos sobre historias de la vida en Fez. Lo elaboraba los sábados y domingos por la tarde en un cafetín de Fez llamado Nadirino, donde veía cosas de la vida cotidiana moderna de Marruecos. Es algo simpático y bonito para leer  entre parada y parada de metro o de autobús. También tengo inéditos dos libros de poesía (uno de ellos es un libro grandioso de ángeles y otro habla de la pobreza infinita en la que vive actualmente la gente que ha perdido la esperanza) y una novela.

FSM.- Los poetas que participan en esta entrevista nos dejan al final un poema y nos explican por qué lo han elegido. ¿Podrías dejarnos uno, por favor? Muchas gracias por tu colaboración.

ARJ.- Es un poema minúsculo que habla precisamente de la vida del poeta que se ha convertido a su vez en uno de esos seres abandonados por los dioses. Antes era gigante, como el albatros de Baudelaire, pero al caer a tierra no es nada. Es posible que nunca fuera nada.

 

Espejo en la roca

 

Liba cientos de instantes,

bebe en miles de lenguas,

absorbe todas las fuentes del viejo planeta.

No sabe que detrás de ese paisaje

hay un espejo dibujado en la roca

que se refleja millones de veces.

Ignora que detrás de la belleza

se ha instalado la nada.

 

 

 

miércoles, 10 de abril de 2013

Entrevista a José Cañuelo Calero

FSM.-  José, ¿cómo y cuándo empieza en ti el interés por la poesía?
JCC.- En algún momento, entre mi infancia y juventud, cuando pasaba las horas ante un baúl lleno de libros que había en mi casa. En aquellas horas suspendidas en el vacío, los versos, de pronto, se volvieron chispazos en mi pensamiento. A los trece años empecé a escribir los primeros poemas y a leer poesía de forma continuada. Toda mi vida luego ha estado vinculada a la poesía, aunque la convicción ha sido más reciente, cosa que debo agradecerte a ti, que me animaste mucho a ello y a Manuel Patiño que me dio la oportunidad de publicar mis dos primeros libros. Os agradezco mucho esa ayuda inicial que todo poeta necesita.       
FSM.- Hace poco fuiste nominado al premio Solienses por tu libro titulado La ciudad de los ángeles. ¿Qué significó estar entre los finalistas y de qué va este poemario?
JCC.- Satisfacción, mucha satisfacción. Con la nominación me di por premiado. Y me ha servido para tomar conciencia de la necesidad de escribir con un fuerte sentimiento de las raíces para buscar los universales. Mis raíces están en Los Pedroches y en mi pueblo, Villanueva de Córdoba, que no suelo tratar como tema pero sí constituye mi fuente de inspiración primicial, sobre todo en lo que se refiere a adentrarse en el encinar y en la vida austera jarota y que son las gnosis que originan mi escritura. En cuanto a “La ciudad de los ángeles” creo que responde a aquel verso de Dante que dice “en medio del camino de la vida, me perdí por una selva oscura”. El libro consta de tres partes: errancia, advocación y epifanía. Son a modo de tres movimientos a cerca del sentimiento oceánico: recuperación de la palabra, advenimiento del amor y manifestación del sentimiento de lo absoluto. Está incardinado por un símbolo interno que es el bosque y un símbolo externo que es el ángel.
FSM.- ¿Podrías hablarnos de tu primer libro El mar de los veranos?
JCC.-  Este poemario versaba sobre lo efímera que es la felicidad y la plenitud en las edades de la vida. Estos poemas estaban escritos en unas versiones previas que se perdieron y los volví a escribir desde lo que recordaba de ellos. Me sorprendió comprobar que los poemas no se pierden, sino que se adhieren como Jonás al vientre de la ballena y esperan para salir. Estos poemas están incardinados en el símbolo del mar, el mar anhelado y anhelante, aludiendo a Juan Ramón Jiménez, porque este mar que yo buscaba no era sino el interior.
FSM.- En breve se va a presentar tu nuevo poemario Bajo racimos de uvas rojas. ¿Podrías anticiparnos algo sobre el contenido de este nuevo libro?
JCC.- Este poemario responde a lo que María Zambrano decía sobre que cuando vemos con mucha claridad una de nuestras edades, es porque ha muerto. Es un regreso a la casa de mi infancia y juventud para evocar aquella edad en un canto agónico y darle sepultura en las raíces de la parra alta de uva roja. Para que la vida pueda seguir hay que soltar lastre. El símbolo que incardina este poemario es la crisálida, donde radica el don de la metamorfosis aludido por Elías Caneti.
FSM.- José, ¿a qué poetas admiras y cuáles crees que han dejado en ti una mayor influencia?
JCC.- Es difícil precisar influencias entre tantas lecturas.  Escribes  y van apareciendo influencias, unas conscientes y otras no. Esto es lo sorpresivo de la escritura. Cuando escribí “La ciudad de los ángeles” arranqué de la concepción de los ángeles de Rilke, pero en el resultado, entiendo, nadie encontró a Rilke, sino al Aleixandre surrealista de “Pasión de la Tierra” que tenía olvidado entre mis lecturas de juventud y al Lorca de “Poeta en Nueva York”. Las influencias son paradójicas. Actualmente presto mucho interés a la poesía de San Juan de la Cruz, Góngora y Manuel Gahete. Es este un interés más por el paradigma de sus escrituras respectivas que por escribir al modo de ellos. Conscientemente reconozco que el uso de la elipsis y la irrupción de temas de forma aleatoria lo he rumiado leyendo mucho “La tierra baldía” de Elliot. La llamada escritura automática la he tomado sobre todo de los surrealistas andaluces como Alberti, Lorca y Aleixandre. He buceado, como he podido pues es inglesa, en la que entiendo es una exquisita sintaxis metaforizante en el poeta modernista estadounidense Wallace Stevens. Pero la poesía que más me interesa es la poesía mística, que es donde las ideas estéticas y el sentido del uso del lenguaje quizás ha llegado a lo más alto en poesía.   
FSM.- Siendo la poesía un género minoritario, ¿por qué crees que se sigue escribiendo poesía?
JCC.- Tengo mis dudas sobre que la poesía sea un género literario. Desde luego, el lector de narrativa no es el mismo que el de poesía. El fenómeno de la narración está muy ligado a la memoria, a la imaginación y a un discurso que sustente un relato lógico del mundo, en cambio, el de la poesía está más ligado a la contemplación, a la aprehensión de lo irracional, a la captación del símbolo y la paradoja ... La disolución postmoderna de los géneros no es posible completamente, no sin el riesgo de acabar con la  propia poesía. Todas las artes y géneros pueden adjetivarse, en un momento y características dados, de poéticos, pero sólo en la poesía es sustantivo. La verdadera razón de que se siga escribiendo poesía no es comunicativa ni filosófica ni lingüística, con serlo también, sino singularmente espiritual, es la necesidad del ser humano de comprobar sus coordenadas de temporalidad, individualidad y materialidad: es decir, saber acerca de su status creaturae. 
FSM.- Podrías darnos una definición de poesía.
JCC.- En esto creo que tengo una idea atípica. Permíteme que conteste, explicando el proceso que sigo con la palabra. Esencialmente, poesía es aquello que se hace con una intención poética. No hay canon. Esto que dicho así parece simple, se complica un poco. Desde luego no es todo vale. Desplegar intención poética es desplegar internamente un lenguaje singular -y por tanto discontinuo del social y lingüístico objetivo-, a base de significados, símbolos, referencias propias… para una idea, emoción, sentimiento, percepción…para verterlo en las palabras de una lengua. Luego ese lenguaje interno ya es estética, entonces, la palabra, adopte la característica que adopte, no será funcional, conversacional, lógica u objetiva sino singularmente poética. Esa poeticidad no viene dada por arte externo aplicado a las palabras,  sino por ritmos, sentidos y valores estéticos que están en el ámbito del lenguaje interno y que se plasman en el ámbito de una lengua, aunque sea la lengua la que configura continuamente al lenguaje interno. Rilke decía que paseando por la playa, oyó en su cabeza los primeros versos de su elegía. Otros poetas, con los que he hablado, dicen lo mismo, pero no es mi caso. Respeto y disfruto a los poetas de la sonoridad. Pero la música en poesía para mí es un misterio al que no tengo acceso. Si me lo propongo, puedo imaginar su sonido, claro está, pero, de hecho y proceso lector, para mí, las palabras surgen en el silencio, cuya mejor alegoría es el silencio profundo del encinar de la dehesa; la palabra, entonces, surge como un destello de luz sobre la espuma de las olas, en su apariencia ideovisual. Por poner un ejemplo: idea, del griego y concepto, del latín; la primera tiene unas características etimológico-ideográficas que la hacen más sensible que cerebral, lo contrario que a la segunda. En el mismo sentido, que Góngora y Lezama Lima me parecen, ideográficamente, más sensoriales que Quevedo y Borges. Para mí la poesía se hace para la lectura y en silencio se lee. La palabra de poema es el ruido visual que surge en el silencio del pensamiento, cuya mejor elaboración que conozco es el silencio sanjuanista.
FSM.- ¿Cómo ves el panorama de la poesía cordobesa?
JCC.-  Pues creo que habría que empezar a considerar que hay más cosas que la poesía de Cántico. Luego habría que superar el desinterés de los unos por los otros. Tendrían que ser los propios cordobeses los que estudiasen su propia poesía sin esperar a que vengan los de fuera a revalorizarla. Los grupos y las generaciones acuñados no bastan para estudiar la poesía cordobesa porque hay autores que se incorporan más tarde o no se integran. Se escribe mucha poesía, pero hay poco interés teórico por ella. Lo importante, creo, es que haya análisis y criterio sobre lo que se va escribiendo, no sea que nos ocurra como al siglo de oro de la poesía latina que después de creerse su propia efervescencia sólo hayan quedado Catulo y Marcial para la posteridad. Para mi gusto, uno de los asuntos de más calado de la poesía cordobesa posterior a Cántico es la neomística de Manuel Gahete.
FSM.- ¿Cuándo te das cuenta que estás ante un gran libro de poesía? ¿Qué ha de tener en tu opinión para que digamos que estamos ante un poemario de calidad?
JCC.- Antepongo siempre apreciación a criterios porque lo que más me interesa es captar al ser humano en su obra. Acto seguido, tengo en cuenta ideas estéticas, pensamiento lógico e ilógico, explotación de las posibilidades del lenguaje y materialidad de las palabras. Y si, además de esto, el poema puedo hacerlo mío de tal forma que con su lectura puedo explicar algún aspecto de mi propia vida o entender que algo cambia o podría cambiar de mí mismo, considero que ya es irreemplazable.      
FSM.- José, ¿hacia dónde crees que debe ir la poesía en nuestro tiempo si es que debe ir hacia alguna parte, debe marcarse un rumbo, qué opinas?
JCC.- No sé bien hacia dónde debe ir. Cómo saberlo, la poesía tiene el rumbo que le imprimen los que la hacen en cada momento y somos conscientes del rumbo cuando éste ha cambiado ya. Por eso podemos hablar, ahora, de poesía social, de poesía de la experiencia… La poesía necesita un rumbo siempre. La poesía es uno de los grandes objetos espirituales de la humanidad y miles de personas que toman decisiones que repercuten en sus semejantes, que necesitan un momento de reflexión o que necesitan restituir su dignidad, lo hacen ante un poema.  Lo que no tengo tan claro es que deba darse una ingeniería poética para crearlo. El rumbo debe surgir de la nueva percepción. Si el nuevo rumbo se define como una modificación del anterior, habrán quedado atrás la claridad como criterio, el hermetismo como solución, la complacencia en una vida privilegiada como método y la anécdota biográfica que lastra el poema para ser un camino propio del lector. Ni forma sin contenido ni contenido sin forma, aunque la primera sería poesía antes que la segunda. Las artes de la versificación han dado paso a la preeminencia de las ideas estéticas, pero quien tenga el talento para cultivarlas no tiene por qué renunciar a ellas. Pero el reto de nuestra poesía en este siglo, estaría en releer nuestra tradición de pensamiento y poesía, para continuarla o para innovarla, y, desde las concepciones actuales, ponerla en comunicación con el contexto cultural hispánico, el que forman casi quinientos millones de hablantes de nuestra lengua en todo el mundo. ¿Alguien puede imaginar los fenómenos de conciencia, pensamiento y estética que se pueden estar dando, en un día cualquiera, en el orbe de nuestra lengua a escala planetaria?        
FSM.- Nos gustaría que nos dejaras aquí uno de tus poemas y que nos digas por qué lo has elegido.
JCC.- Pues dejo el siguiente inédito porque me divierte la intertextualidad sanjuanista con el humor barroco. Si como San Juan de la Cruz dice la mística tiene que ser de lo más sensato, el humor es gozo de tratar las cosas.
 
ME HALLÓ UNA ROSA APETECIDA
 

Oh, rosa en seda escondida,
en disimulada ocasión visible,
de fragancia riquísima,

ápice de suave perfección
por acendrado roce que de las embestidas del alma recoges,

a silvestres ramas deseosas prendida,
en undoso chorro vertida y sorprendida.

Siquiera esas simplicísimas gotas seques de tus pétalos.
Regada la calle, aventada y regalada la noche
sin descuido y con denuedo.

A mi causa libre y sin cautela, ello no entorpece;
déjame, así pues, entrar a este lance
que has trocado sosegado entendimiento en inquietud

y este pasaje revelado
a mi orden y método se resiste,

más por oración, en lengua de fe inspirada, principiaré
y a clima propicio el alma llegará con tu rostro en hermosura bañado,
cuanto más llamada, más desnuda,

lo antes humano impedimento, ahora, arreo,
sabrosísima unión,
que enciende y abrasa en morada.

En poderosísimo bien transmutada,
de un centellazo de noche en plenitud cerrada,
al tronco desnudo de dios, abrazada.